domingo, 29 de marzo de 2015

A FUEGO LENTO (FEBRERO 2014, UNA CRÓNICA CADUCA)


Desde que se fragua una idea hasta que se hace realidad pueden pasar muchas cosas.
Si ves una foto de dos amigos o conocidos, en la salida de una prueba deportiva, ¿qué es lo primero que se te viene a la cabeza? Probablemente el resultado de un análisis superficial, sin acritud lo digo. Podríamos decir, por ejemplo, “¡qué bien!”, o “¡qué pasada!”, o incluso un ¡qué envidia!  Pero ¿alguna vez nos paramos a analizar el camino recorrido por los personajes de esa foto? Evidentemente no tenemos porqué saberlo, y en muchos casos  ni tan siquiera nos importa. Cada uno ve lo que imagina que es, o lo que necesita ver, sin pensar si se ajusta a la realidad o no.
Nuestra foto es una foto dulce, en la salida y en la meta (una foto ficticia, pues realmente no sacamos ninguna juntos ni en un lado ni en otro, aunque esas imágenes  están bien grabadas en mi cabeza).
Para poder llegar a tomar la salida fue primera la sonrisa, de esas en las que notas cómo las orejas se mueven hacia atrás, una sonrisa al ver la prueba en una revista y sentir la necesidad de estar allí, o al menos de intentarlo. Después bastó compartir la inquietud con Susana. Pocas semanas después la cuestión estaba decidida. La prueba era compatible, con la familia, con el trabajo y con el bolsillo.
Todos aquellos que tengan una hobby, sea el que fuera, al que le tengan que dedicar tiempo, se habrán visto en la tesitura de hacer hueco para poder disfrutar del mismo. Y ese tiempo habrá de ser detraído de algún lugar. Si se vive en familia, es probable que del tiempo de dedicación familiar, y bastante tienen los miembros de la familia “sufriendo” las aventuras en las que nos metemos como para ver menoscabados los momentos comunales… Así que nosotros lo tenemos claro, le restamos tiempo al sueño y entrenamos principalmente de noche. Ese es un detalle que no sale en la foto.
Hay otros detalles importantes, como el material empleado para los entrenamientos. Como la prueba tiene algunas peculiaridades, que la hacen “distinta”, al menos para unos isleños, tuvimos que adaptarnos como pudimos, así que modificamos un trineo de recreo y un par de neumáticos de coche de diferentes pesos para ser arrastrados, simulando el  pulkka que habríamos de llevar en la prueba.  U otros detalles referentes a la ropa específica para el frío que nos llevaba a rastrear en internet hasta encontrar con la más adecuada y a un precio adecuado. O buscar vídeos o fotos de la prueba o de pruebas parecidas, estudiando todos los detalles posibles. Una labor de investigación para dos neófitos. Esos son más detalles que no salen en la foto.
Y llegó el día. Allí estábamos ya. Sobre las aguas heladas del lago principal de Rovaniemi, en un ambiente acogedor gracias, entre otras cuestiones,  al reducido número de participantes.

Si hay algo que tengo claro que me gusta de las pruebas de larga distancia, tanto en lo que se refiere a la preparación como a la realización, es la paciencia y la tranquilidad que es necesaria. Pudiera parecerse a la labor de un agricultor, que prepara la tierra y planta una semilla, teniendo los cuidados pertinentes y la ve crecer poco a poco. Estamos tan acostumbrados a ver los productos en su presentación final, que perdemos de vista el proceso, es algo así como esa idea extendida que dice que los niños y niñas piensan que la leche viene del tetrabrik y no del mamífero correspondiente. Y es esa una calma y una paciencia difícil de compartir, mucho menos cuando se acelera todo el proceso el día de la prueba con seguimiento a tiempo real. Maneras diferentes de compartir,  maneras de trasladarlos a todos (amigos, conocidos, familiares, incluso desconocidos y extraños) a la acción. Pero volvamos a esa tranquilidad y a esa paciencia. Me cuesta concebir tener prisas cuando hay 150 km por delante, al menos no más prisas que las de entrar a tiempo en cada checkpoint. En ese momento entro en modo vuelo y los únicos aparatos electrónicos que enciendo son el gps y la cámara de fotos del móvil. Supongo que cada uno se muestra en  “competición” tal cual es en su vida diaria, y en mi caso no tengo cara y ya dejé la guasa hace tiempo. Cada vez me parece tener más claro esa frase de “no sucede si no se cuenta”; ahora bien, hay maneras y maneras y las de uso más extendido me parecen irracionales, por el abuso, jamás por el uso, al menos desde la perspectiva con la que elijo vivir. Pensar tanto tiempo en segunda persona del plural creo que le resta significativamente a las vivencias en primera persona del singular. Llámenme egoísta, huraño también.
Desafiando a los dioses del frío.
Así, con la tranquilidad que da el paisaje, la lejana y puede que alcanzada meta, el ritmo y con los nervios a punto de determinarse por cambiar de tamaño (afortunadamente se hicieron pequeñitos y acabaron por desaparecer en la primera hora) comenzamos a fundir nieve a cada latido, a cada paso, con la intención clara y toda una experiencia por ser vivida. ¿Se notará eso en la foto?
Durante las horas que invertimos en recorrer tantos kilómetros, hubo tiempo para imitar una vida de sensaciones y sentimientos. Frío, calor, hambre y náuseas, risas y lágrimas, exaltación y hundimiento, charlas y silencios, luces y sombras, acercamientos y distancias, entregas y egoísmos, individuo y equipo,…
Nos jugamos la vida en la prueba, con temperaturas en las que los errores se pagan caro, perdidos en medio de la nada, orientándonos en la niebla, avanzando en medio de ventiscas, arrastrando un lastrado trineo que volcaba cada diez pasos, sintiendo quebrarse  las delgadas capas de hielo que cubrían los lagos, deshidratados, luchando contra un sueño que pretendía hundirnos en la nieve y congelarnos, aislados de todo, aislados de todos……Si es esa la idea que en algún momento han podido tener, no es esa mi foto, puede que la de otros, la que han querido ver.  Rovaniemi 150 es una prueba invernal que puede llegar a ser extrema, sobre todo si la preparación y el material son inadecuados. Nadie, ni la organización ni los participantes, desea  que nos juguemos la vida en ella. Para que se hagan una idea, he pasado mucho más frío a 13 grados bastante más al sur, que tan al norte durante la prueba a -5. Íbamos preparados para temperaturas más bajas, y temíamos zonas de overflow, de raqueteo, de placas de hielo, nuestro trineo parecía la mochila de “Sport Billye”. Íbamos cargados de soluciones para “sobrevivir” y solventar  problemas que no llegaron a presentarse (ropa y calzado de repuesto, kit de reparaciones, saco de dormir, esterilla, cocina, caldero, comida, geles, raquetas, clavos, bastones, gafas de ventisca,…) Íbamos cargados de tantas dudas como de ilusiones, con la formación y la información suficientes para atrevernos con esos peculiares 150 km.
Llevábamos de todo...
La ultra transcurrió tranquila, supongo que influenciada por el paisaje y los kilómetros. En las primeras horas se resolvieron muchas dudas, al fin pudimos comprobar que el pulkka en la nieve no se sentía más pesado que nuestros neumáticos en tierra o nuestro trineo en arena, comprobamos que habíamos acertado con el calzado, que nuestro arnés se adaptaba a las exigencias si problema, que los apaños realizados en el mismo funcionaban (bolso delantero, botelleros de bici para las cacharras, anclaje de las cuerdas del trineo), que el sencillo sistema de “amortiguación” para disipar los tirones transmitidos por el trineo a cada paso se mostraba eficaz, que el termo “retermado” mantenía el agua a la temperatura adecuada (forramos con coquilla de congelación y protegimos con cinta americana un termo de casi cuatro litros).
El primer contratiempo aparece cuando debemos afrontar un tamo corto de toboganes que serpenteaban entre los árboles de un bosque. Las continuas y cortas subidas y bajadas mostraban que el trineo no era demasiado “off-road”, pues volcaba con tremenda facilidad, además los tubos de metro y medio que servían para controlar que no se nos viniera encima en las bajadas, se nos clavaban en los muslos y hacían torpes nuestro movimientos entre tanto tronco, la carga se salía, se desajustaba todo cada cincuenta metros. No recuerdo cuánto tardamos en cruzar aquel tramo, pero ambos pensamos que si iban a haber muchos tramos del estilo, tendríamos que pensar en alguna solución (afortunadamente no hubieron muchos del estilo, y aprendimos a atar la carga de manera más adecuada, 150 km dan para mucho).
Las bicis desaparecieron desde el trompetazo de salida y el grupo de corredores y andarines se estiró desde el primer avituallamiento. El día transcurrió tranquilo, absortos en el paisaje y en las sensaciones, intentando controlar lo previsible y deseando que tanto entrenamiento y tanto trabajo terapéutico para alejarnos de la sombra de algunas lesiones amigas dieran su fruto. Nos cruzábamos con otros participantes en los avituallamientos, cargando agua y calentándose en las hogueras (pues esos eran los únicos productos) y esa rutina trajo más tranquilidad.
Cruzando un puente en la noche
Llegó  la noche, y se prolongaría durante trece horas. Y con ella los primeros síntomas de cansancio. Nos habíamos planteado dormir unas dos o tres horas si lográbamos ganar minutos a cada cierre horario en los checkpoint, sobre el kilómetro 70 ya teníamos un buen remanente que nos permitían hacerlo. Llegamos a un avituallamiento acogedor, Peruajärvi, y nos tropezamos a Julián y a Álvaro, participantes como nosotros; allí había una caseta para unas diez personas. Julián nos dice que en el siguiente punto de control hay mejor sitio para hacer parada, decidimos continuar los nueve kilómetros que nos separaban de allí. Nueve kilómetros muy largos, en los que el cansancio se multiplicaba,  la pendiente se pronunciaba y el camino estrecho y muy bacheado nos pasaba factura. Nuestro ritmo había pasado de los seis kilómetros por hora de media a cuatro, si sacamos cuentas nos salen más de dos horas para esos nueve kilómetros. Y llegamos a Kuusilampi. Habían varias edificaciones, una de ellas era una especie de tipi con una hoguera central en la que coincidimos un puñado de participantes, otra de ellas un barracón con dos sillones que hacía de cama y una estufa de leña. Pasamos un rato entrañable, a la luz de la lumbre, bañados por el humo, bromeando y compartiendo con los que llegaban, los que se quedaban y los que se marchaban. Cenamos y decidimos dormir una hora. Tras el corto sueño mínimamente reparador, volvemos a cargar el trineo, atando bien el equipaje, calentamos agua para llenar a tope los termos (nos separaban 37 km de Toramokivalo, el siguiente avituallamiento).
De noche llegamos y de noche salimos; la primera hora se prometió fresca, pues eso tiempo fue lo que nos duró la tregua de sueño en aquella bajada a través de un sendero con una nieve que se empeñaba en abrazar nuestros pies y nuestro trineo, a partir de entonces comenzaba la lucha por la vigilia, intentando distraerse cada uno en lo que podía, procurando no cerrar los ojos, o abrirlos en el momento preciso para no caerse hacia los lados. Dos almas en pena, dos zombies voluntarios que insistían en avanzar en silencio (los formalismos, los ánimos y el repertorio de canciones hacía horas se habían agotado). Las primeras luces del alba nos encuentran en un tramo de carretera secundaria, tan blanca como los caminos que hasta allí  nos había dirigido, hicimos una pequeña parada para recargar nuestras cacharras-termo forradas con un calcetín para paliar un poco más la pérdida de calor, y nos hacemos un café cuyo efecto nos permite mantener los ojos abiertos unos diez o quince segundos. Atravesamos un pequeño pueblo y comenzamos otra de esas eternas subidas (eternas por nuestro ritmo y el estado de la nieve) de ocho o nueve kilómetros y al fin, tras casi nueve horas desde nuestra última parada, llegamos a nuestra ansiada hoguera y a nuestra preciada agua. Un pequeño toldo sobre un banco de madera protegido por unas pieles de reno nos sirven de hogar durante los minutos que allí estaríamos. Nos preparamos comida caliente, tomamos nuestro último café y charlamos sobre los últimos 34 kilómetros. Parecía que el tono de la conversación denotaba que ambos vemos que el fin de nuestros pasos sería, si nada se torcía, el kilómetro 150. Parece poca distancia, si la traducimos a horas, son unas ocho, ya no parece tan poco, pero está a nuestro alcance. Salimos del checkpoint como del resto, agradeciendo en tres idiomas el trato respetuoso y tranquilo: muchas gracias, thank you very much, kiitos kiitos.
Preparando nuestra última comida caliente, a 34 km de meta

Afrontamos el siguiente tramo de subida con energías renovadas y con un nivel de cansancio que era ya compañero de travesía. Descendimos a un lago, al fin llano. Y con el llano, el viento, la nieve y la niebla. Una ventisca que escupe los copos de nieve contra nuestras caras, más que copos eran molestos “copullos” (en palabras de Susana). Salimos del lago con las últimas luces del segundo día y Susana enloquece, le entran las prisas por llegar y enciende sus piernas, comienza a correr e intento seguirla luchando contra el cansancio y la mala gana. Me pregunto qué le habrá pasado por la cabeza y no encuentro respuesta, supongo porque a estas alturas, si mando sangre a las piernas se la tengo que restar a la cabeza. Pasamos a tres participantes tan pronto como pisamos el último lago, un kilómetro antes de Porohovi, último avituallamiento a 10 km de la llegada, y allí saludamos a otro más que descansaba junto al fuego al calor de una sopa; registran nuestro paso y salimos de allí echando las mismas chispas que la hoguera. Como si fuera una corredora bipolar Susana sigue avanzando con un esquema que no alcanzo a entender (días más tarde sabría que contaba cien pasos corriendo y cien caminando). La locura transitoria acaba y afrontamos los últimos cinco km discutiendo con nuestro cansancio, nuestras molestias, nuestros dolores. Salimos del lago para recorrer los últimos cientos de metros que nos separan del hotel en el que está el final de la prueba. Registran nuestra llegada, nos felicitan, y proceden protocolariamente. Subimos a la habitación y nuestra cabeza deja de oponerse a nuestro estado, caemos rendidos, desclavados, desencajados, doloridos, torcidos…..supongo que es así como se llega después de haber recorrido 150 km por nieve tirando de un trineo.

Tanto tesón, tanta energía invertida, tanta alegría, algunas penas…….para no ganar, para no hacer puesto, para….¿para qué? (de justicia es comentar que Susana sería la primera mujer en llegar a meta). Muy común es la pregunta entre los desconocidos, los menos conocidos y algún conocido de “¿ganaste?”, o “¿en qué puesto quedaste?”, seguido, si hubo respuesta a las cuestiones anteriores, de un “seguro que podías haber ido más rápido”, o de un “no fuiste más rápido porque no quisiste”. Cómo me gustaría escuchar un “¿disfrutaste?”, o un “¿encontraste lo que buscabas?”. Y si les dijera que encontré lo que fui a buscar, y que avancé al ritmo que quise, y que gané, ¡vaya que si gané!  No relativizo la cuestión, pues no creo que se trate de eso, tan solo grito calladamente que no todos buscamos lo que la mayoría, que no todos nos dejamos llevar por la cantidad sino por la calidad de los retos personales. ¿Se han fijado alguna vez en los podios de determinadas modalidades deportivas?...sucede, al menos lo parece, que el primero está muy contento de subir a los más alto, que el segundo está frustrado, triste, y que el tercero está casi tan contento como el primero. Claro, el segundo perdió la final con el primero y el tercero ganó el bronce con el cuarto clasificado. De ahí las caras. ¿Por qué fustigarnos con un oro inalcanzable?, si casi todos somos bronces. ¿Por qué seguimos preguntando por el puesto?, ¿por qué insistimos en justificar nuestras actuaciones deportivas si no alcanzan las expectativas externas (y puede que sí lo hayan hecho con las internas)?. Todo esto para decir que si alguna vez ganamos (eso que muchos llaman ganar) probablemente fuera circunstancial, y si no ganamos, en muchas ocasiones es porque no pudimos y en otras, la menos, porque no quisimos, porque no hace falta llegar primero para hacerlo. Total, ¿para qué?, para decir siempre que gané.

¿Se han planteado por qué tiramos revistas a la basura y no hacemos lo mismo con los álbumes de fotos? Podría ser porque al final, las fotos de las revistas, por mucho que nos gusten, terminan por no significar nada, por no transmitirnos nada, no vemos más allá, es tan solo una un alto y un ancho. Sin embargo, nuestras fotos, las de nuestras vivencias, son capaces de recordarnos todo aquello que no se vé, pero que está, además del alto y el ancho, somos capaces de ver el fondo (uno real, no supuesto). Las fotos ajenas sirven de motivación, pero son las que uno hace las que realmente cobran significado, y para ello no hace falta ser buen fotógrafo, tan solo una cámara y la intención.
Muchas gracias a todas las personas que aparecen en mis fotos
Ahora, sonrían, por favor……click!

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