domingo, 29 de marzo de 2015

HE VISTO UNA LUZ


Faro de Fisterra
¿Cómo de intenso puede alumbrar un faro? ¿Puede ser una intención más intensa aún?

¿Cómo de lejos puede llegar la luz de un faro? ¿Pueden las piernas llegar más lejos?
Verano, 2014.
Un faro, por naturaleza, está construido para ayudar a los barcos en la noche, para servirles de guía y para advertirles de la cercanía de la costa. Nosotros no somos barcos, aunque es cierto que navegamos, y siete faros nos han servido de guía, no solo de noche, también de día.
Entre toxos
O Camiño dos Faros, al fin una prueba que recalca la palabra “camino” en su nombre. Un camino de más de 200 km a recorrer a pie por la Costa de la Muerte gallega. Desde Malpica, un pueblo pesquero, pequeño, que protege a sus barcos con el abrazo cerrado de un muelle, hasta Fisterra, el fin del mundo hace siglos conocido.

Muchos kilómetros dibujados a lo largo de los años por pescadores y caminantes, y muchos otros obligados en pocos días a aparecer bajo el poder aparente del desbrozo. Y digo aparente porque el sudor emanado por las personas que dedicaron su esfuerzo a inventar tramos para unir los discontinuos existentes, la naturaleza rápidamente lo evapora invadiendo con sus ramas ese estrecho y tímido sendero.
Frío amanecer tras vivaqueo
Participar en este evento fue cuando menos, sorpresivo. Normalmente una prueba de este calado, en cuanto a la distancia, se prepara con mucho tiempo de antelación. En nuestro caso, tan solo unas pocas semanas pasaron desde que nos enteramos de la existencia de la prueba hasta que nos presentamos en la salida. Las rentas servirían.
Técnica de carrera
Por un error de interpretación nos plantamos en Malpica un día más tarde de lo que debíamos. La participación era bastante reducida y en nuestro caso se resumía a dos participantes. Comenzamos el recorrido con el inconveniente de no tener asistencia, pero también con la tranquilidad que da que nadie te esté esperando, ni tiempos que cumplir, ni cierres de control o avituallamiento. Y así empezamos a correr sin perder de vista el gps y sin dejar de fijarnos en el paraje, por un itinerario sin balizar, salvo por unos puntos verdes pintados aquí y allá, a veces unos piececitos del mismo color. A medida que pasaba la primera noche, y que íbamos encontrando el camino, o que nos perdíamos y rectificábamos, comenzábamos a sentir esa sensación que da hacer lo que a uno le gusta, de estar en donde se quiere y de compartir con quien se quiere.
Una “carrera” con tintes de aventura, con tanto, tanto tinte, que finalmente cogió todo el color.
De faro a faro
A veces es difícil tomar la actitud adecuada entre correr (o caminar) y parar, y digo difícil por la transcendencia que personalmente tiene cada decisión. Por mucho que traten de convencerme, la velocidad no es impedimento para disfrutar con intensidad de las cosas. He llegado a pararme como dejándome llevar por esa idea, frenando mi avance y deseando que el momento “disfrute lento” acabe para seguir corriendo, vaya tontería. Cada momento debe tener su velocidad, tratándose más de una cuestión de sincronía que de otra cuestión, es decir, de ajustar velocidades, de ajustar momentos, de lograr dar con la combinación entre la cantidad de estímulos que llegan y nuestra capacidad para apreciarlos. Así, podrá haber momentos en los que todo deba discurrir lentamente para apreciarlo y otros en los que el vértigo sea la clave. Supongo que, para los que suelan escuchar música en sus salidas, entrenamientos o participaciones en pruebas deportivas, debe ser algo así como seleccionar la canción preferida en cada momento, por lo menos, y por lo poco que he hablado del tema musical, nadie hace una ultra solo con música clásica como único estilo en su repertorio, o con música heavy, o romántica, o pop. Cada uno selecciona los temas, a sabiendas, quizá de manera inconsciente, de que “necesitará” calma o activación según el estado necesitado.

Rincones
Pues así, pensando en qué hacer, nos vimos empujados por las circunstancias a seguir el mandato natural. Por un lado el terreno, por otro una recidivante infección tisular, por otro el cansancio. Aburrida sería una carrera llana sin mayor contratiempo que el estado de ánimo y el agotamiento. El terreno, en parte dibujado entre toxos -planta rastrera, dura y espinosa, que se dejó herir para la ocasión, abriendo una brecha de escasos 20 cm de ancho que obligaban a avanzar haciendo skipping-, y en parte trazado en una suerte de toboganes que enloquecían la estabilidad del ritmo. Todo ello unido al objetivo de la prueba (dar a conocer las enfermedades raras y recaudar fondos para ellas), la longitud del camino y a nuestra preparación no específica, hicieron linda la experiencia.
Momentos de reflexión
Cuando las cosas se hacen por voluntad, con gusto y con la actitud adecuada, el resultado, sea el que sea, siempre será positivo. Y así fue nuestro Camiño dos Faros. Con los contratiempos habituales, con la erisipela como compañera de viaje, cuadrando tiempos de paso para poder comer aquí y allá y comprar lo necesario (será difícil olvidar aquel desayuno de huevos con chorizo y un bocadillo de atún en pan de medio metro), durmiendo a intervalos aquí y allá (en barranqueras, en avenidas, en soportales junto a faros, y envueltos en una manta de supervivencia que tan solo eso permitió), así, así disfrutamos de lo que nos gusta. No se debe pedir más.
Acantilados, largas playas de arena blanca, rías, ríos, castros celtas, pueblos y poblados, y otros sitios que la oscuridad permitió apreciar sesgadamente, dejando pie a la intuición y a otros sentidos, como el olor del mar, el tacto del viento en la piel, el sonido de ese mar y de ese viento. Una Galicia desconocida para locales y cuánto más para foráneos. Una costa para caminarla y para sentirla.

La costa gallega
La organización de la prueba, pese a no poder “atendernos” (tampoco lo pretendíamos), estuvo en todo momento atenta a nuestro avance, acercándose a conocernos hasta algún bar de un pueblo costero. Palabras de aliento y ánimos, foto de rigor y entrega del pin de la asociación, un pin que había sido entregado a las personas participantes que habían logrado llegar al último faro. Por la información que nos llegaba acerca de la marcha de la prueba, dábamos por hecho que debió haber sido realmente emocionante.


Los detalles, o mejor dicho, las sensaciones que ellos crearon, son difíciles de trascribir y siempre marcan cada historia. Llegamos al faro de Fisterra, no sin parar un rato antes en las aguas de una playa junto al pueblo del mismo nombre. Y allí nada sucedió, al menos para nosotros. Susana tenía en su retina un faro más, el Faro C, o de Cée. Unos kilómetros más allá. Y allí acabó nuestro periplo. Con la tranquilidad y la paz de haber recorrido el camino, para ayudar a otros contribuyendo a hacerles la vida un poquito más fácil, para ayudarnos a nosotros mismos a hacernos la vida mucho más emocionante.
Vaya un sufrimiento

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