lunes, 29 de julio de 2013

FUERTEVENTURA, INTERIOR

A las siete de la tarde del viernes, me reúno con Susana, que me traslada a casa de Marisa (otro de mis ángeles de la guarda), en donde me ducho, duermo dos horas, ceno y preparo nuevamente la riñonera. Volvemos a la playa, al mismo punto en el que había terminado la primera etapa. Doce de la noche. Frontal en la cabeza, GPS en marcha (José me había pasado el track de la ruta que había diseñado para una experiencia anterior -3 islas, 5 sueños, 1 aventura-. Lanzarote y Gran Canaria las conozco suficientemente bien, pero Fuerteventura, sin GPS y de noche supone pérdida segura.
Pues ni con GPS, ni con el faro de Maspalomas que llevaba en la cabeza “aluminándome” pude evitar perderme varias veces. Esa sería la constante durante la noche, o bien perdía señal el GPS o bien la perdía yo. El cansancio me impedía concentrarme, si me perdía intentaba volver al camino mirando la pantalla del GPS, pero entre la oscuridad y tantas pistas y caminos de tierra se hacía difícil a veces; ni  mirando las fotos que saqué con el móvil a la ruta en el google earth me ayudaba mucho, las miraba y no era capaz de analizar nada, lo mismo me daba mirar esa foto que una de mi primera comunión, una sensación extraña. Llamo a Susana para decirle que me retraso (sobre la hora estimada de llegada a la furgo), me tranquiliza y me da indicaciones sobre cómo llegar por carretera. Seguimos en marcha.
El cansancio ya estaba haciendo de las suyas y no estaba para muchos bailes, así que en la parada de Tuineje, decido entrar en la furgo y dormir media hora (Susana pone el despertador, pues si no es así ni se levanta ella ni lo hago yo). Media hora de recuperación (con esta suman unas dos horas y media las que he descansado en dos días), bendito sueño…..hasta que suena el despertador. Me levanto, cargo la riñonera, salgo de la furgoneta y comienzo a tiritar , más de cansancio que de frío. Retomo la carrera como si fuera el bicho ese del señor de los anillos, encogido y retorcido hasta que logro entrar en calor y adaptar el umbral del dolor de mis articulaciones.
Llegada este punto, la carrera se convierte en una especie de evasión mental permanente. Las molestias y dolores parecen intensificarse si son mi único tema de pensamiento, así que me procuro ir hilvanando pensamientos para mantenerme  tranquilo.
El cansancio, las sobrecargas, las molestias, la falta de concentración y la frustración tras cada equivocación en la navegación modifican mi humor y hace que todo me duela más (los juegos de la mente).
Necesito una parada más larga de lo habitual. Noto que he de hacer paradas cada menos tiempo y más largas. Llegar al barco a la hora necesaria se complica aún más.
Paramos en algún pueblo de cuyo nombre no me acuerdo (no es en ningún lugar de La Mancha). La furgo está ahí, me alegra verla. Charlo un rato con Susana acerca de mis sensaciones, y se dispone a prepararme un desayuno diferente, necesito cambiar el sabor dulce de los geles (por cierto, probé unas hidratos salados con sabor a sopa de pollo que me sentaron muy bien) y me prepara algo de pan caliente con queso y un café. En un momento se me ocurre que porqué tanta prisa por llegar, cuando una de las razones por las que me atrae este formato de carrera es porque no hay hora de llegada, no hay cierre de control. Pienso en otras opciones y le pido a Susana que averigüe si hay vuelos a GC y la hora de salida (curiosamente ella se había planteado o mismo..
Cargo mis alforjas, mi estómago y mis ánimos y parto hacia El Cardón. Continuo por un sendero y en ese momento me llama Susana para comentarme que hay vuelos disponibles, el último a las nueve y veinticinco de la noche. Una inyección de ánimo, se disipan mis dolores, amplio mi zancada, disfruto más aún de la carrera (lo de antes, los juegos de la mente).
A partir de aquí el día transcurrió tan tranquilo como sufrido. Muchas horas en acción y pocas, muy pocas de descanso. Desde La Pared retomé el asfalto hasta costa Calma, con un atomizador de agua en la mano para ir refrescándome.
Llegué a un punto en el que sentía que correr me estaba haciendo daño.
Última parada en la playa de risco del Paso, cerca de Jandía. Disfrutando de almuerzo tranquilo, con tertulia, con buena compañía.

Ahora tocaba apretar los dientes y dar el último empujón. Mi amigo José se acerca en bicicleta a buscarme a unos cinco o seis km de Morrojable. Charlamos mientras avanzamos y me anima. Ahora solo queda la avenida y fin del trayecto en Fuerteventura.
Con el tiempo justo para volver a casa de Marisa, ducharme, comer algo, preparar el equipaje y salir hacia el aeropuerto.
Una isla más en mis alforjas, un gemelo y un trillizo (mi gemelo hinchado).

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