martes, 13 de diciembre de 2011

LO IMPORTANTE NO ES EL DESTINO, SINO EL CAMINO. Hace ya tiempo que ésta sentencia no hace más que confirmarse. Cualquiera que haya tenido un sueño y haya puesto empeño en hacerlo realidad, es posible que al alcanzarlo (si ello fue así) no manifestara mayor alegría que durante el camino seguido para conseguirlo. Una vez leí: prefiero un “lo intenté” que un “porqué no lo hice”. El proyecto “Lanzarote – Fuerteventura: dos islas, una aventura”, más allá del reto deportivo, supuso la alegría, ya no de conseguir siquiera la consecución de un sueño o proyecto, sino, al menos, del placer de intentar alcanzarlo; si además lo consigues….. La idea de cruzar las dos islas comenzó en su origen como una prueba de larga distancia y a pié, en autosuficiencia alimentaria (usando para ello el conjunto mochilero típico del maratón de las Arenas, en que los participantes llevan todo lo necesario para los días de competición encima salvo el agua que van recogiendo en los avituallamientos). Más tarde surgió la idea de ser el narrador y en primera persona del viaje, en vez de recurrir a Carlos o a Modesto….bastaría con llevar un móvil con conexión a Internet, un pequeño portátil (tipo laptop de esos pequeñitos), una cámara de fotos y un GPS. Para poder alimentar todos esos cacharros haría falta alguna fuente de alimentación, y aprovechando que haría falta pasar por algún comercio para comprar el agua necesaria se podría buscar algún enchufe. Cayó en mis manos una revista vieja del National Geographic (abril 2003) que contenía un artículo de unos científicos-montañeros que iban en busca del antílope tibetano, utilizando para ello unos carros de arrastre (diseñados para la ocasión), enseguida recordé otro artículo leído en algún número de la edición inglesa de la Runners que no se ni cómo llegó a mis manos, que relataba el proyecto de vuelta al mundo en solitario de Rosie Swale, empleando también un carro de arrastre. Todo ello se batió en mi cabeza y se parió el plan definitivo. El carro tenía muchas ventajas, por un lado se podía transportar más material, incluso el agua, con lo que la autosuficiencia sería real, por otro lado se podía llevar algún tipo de cargador solar y, por último, suponía un reto diferente. Así pues nos pusimos manos a la obra. Tras muchas horas de búsqueda por Internet, José y yo comenzamos a diseñar el carro realizando algunos bocetos, luego acudimos a un par de talleres de soldadura para presupuestarlo. Utilizaríamos ruedas de bicicleta para hacerlo más polivalente, pero el precio que nos daban en los talleres superaba nuestras expectativas, por lo que nos decidimos finalmente por el que usamos, con el hándicap de que la calidad sería menor y la capacidad de carga también (los remolques de carga de bici soportan entre 40 y 60 kg). Una vez con el carro en casa acudimos nuevamente al soldador para que nos hiciera las modificaciones necesarias. Tras decidir la ruta y calcular todo aquello calculable (etapas, distancia por etapa, litros de agua, comida, material de acampada, herramientas, parches y fuelle....), amén de hacer un curso acelerado de energías renovables y conseguir una placa solar, una batería, un minigenerador eólico, un regulador de carga y un transformador de corriente, decidir la fecha fue bien fácil, aprovecharíamos el puente de diciembre, por ser puente y por ser diciembre (días libres y temperatura adecuada para no sufrir más de la cuenta).

Llegar a la Punta de Jandía era destino claro, el lugar de salida decidimos que fuera el Mirador del Río, en Haría. Nos pusimos en marcha hacia las seis de la tarde con la intención de rascar kilómetros durante la noche y testear el carro, logrando avanzar unos 30. Llegamos hechos polvo, por un lado porque la batería del portátil que llevamos tardó en morirse lo que una cáscara en un chiquero (entre que el ordenador era viejo y el frío que hacía…) cuando en las Peñas del Chache intentamos subir la primera noticia al blog , y por otro lado porque lo hicimos realmente cansados, lo que nos hacía dudar de la posibilidad de cubrir 40-50 km diarios, pero pensábamos que cada día sería más fácil porque cargaríamos con menos peso debido al consumo de agua y alimento. El sábado se nos dio mejor en cuanto que avanzamos a buen ritmo, logramos cargar algo la batería del portátil (con la batería de 12V y la placa solar, convirtiendo a 220V con el transformador porque la “piedra” de portátil que cargamos no tenía conexión tipo banana para poder enchufar directamente la placa…..y no sería éste el único problema que nos daría la “manzanita”), publicando algunas líneas y subiendo alguna foto llegamos al puerto de Playa Blanca para coger el barco hacia Corralejo, pero la autosuficiencia se fue al garete cuando nos dimos cuenta, en el mismo muelle, que teníamos una pelota formada en la cubierta izquierda y no teníamos repuesto (lo descartamos por estar estrenando el material)…estaba claro que así no llegaríamos muy lejos. Afortunadamente acabábamos de ver una tienda de alquiler de bicicletas a escasos metros de nosotros y acudimos con la esperanza de que tuvieran cubiertas nuevas de la misma medida y así fue. No compramos una, sino dos….por lo que pudiera pasar. Este sería el primer problema serio que nos sucedería. Una vez en Fuerteventura, avanzamos durante una hora y media más para alejarnos de Corralejo y buscar un sitio tranquilo en el que acampar. Como la noche anterior, instalamos el generador eólico, pero las aspas que llevamos resultaron ser demasiado pequeñas para el viento que hacía y nos pegamos todo el viaje haciendo modificaciones como si fuéramos ingenieros aeronáuticos……y como no lo somos pueden suponer el resultado (siempre nos quedaba mover el generador a mano, como si fuera una dinamo). Las cenas eran el momento más disfrutón de la jornada, de hecho solíamos empezar a pensar en ella desde las cuatro de la tarde, cuando aún nos quedaban cinco horas para comerla. Una vez resuelto el problema de la rueda, aparece el segundo contratiempo grave: perdemos agua. La vemos gotear cada vez que paramos el carro y tenemos la sensación de estarnos desangrando. Creemos que los baches del recorrido, junto a la calidad de las garrafas de agua (la típica de una garrafa de cualquier marca de agua) hicieron que un par de ellas se agujerearan. Además, al ritmo que consumíamos agua (superaba con creces nuestras expectativas iniciales de 40 litros para la travesía) ya íbamos cortos, si encima regábamos el suelo, más nos dolía; de hecho cuando decidimos que debíamos conseguir agua urgentemente (bajo la premisa de no comprar y no pedir) tuvimos que echar mano de un viejo tanque abandonado con agua “ferrujienta” junto a la carretera, de un grifo de agua en una plaza pública, de una mareta y de un naciente donde se abrevaba el ganado en Jandía, sumando entre todas esas aguadas unos 20 litros más, lo que nos llevó a suponer que haber cargado con todos ese peso en el carro desde el principio hubiese acabado con uno de los tres pilares de la travesía: el carro, nosotros o el viaje….. Destacaremos aquí que salimos con los ya mencionados 40 litros de agua, unos 20 kg de comida (para desayuno, picnic de pan negro con paté, y cena, amén de repostajes cada hora a base de barritas y frutos secos y pasados), más el material de acampada (sacos, caseta, cocinilla, caldero, cubiertos, navaja, colchoneta, linterna frontal…), el de obtención de energía (batería de 12 voltios, placa solar, regulador de carga, transformador 12V-220V, aerogenerador) y el electrónico (teléfono móvil con conexión a Internet que daba cobertura al portátil, cámara de fotos y GPS); si a todo esto le sumamos la ropa (cierto es que fue poca) más los 16 kg de peso del carro y las herramientas básicas (parches, palanquetas, cámaras de repuesto, tornillería varia, bridas, cordino, etc., podríamos estar hablando de unos 90 kg iniciales de carga (ahora entiendo porqué llegamos tan hechos polvo al final de la primera jornada... y porqué rompimos el carro). De los detalles técnicos del vehículo empleado no vale la pena extenderse, pese a que no era el ideal (algo que ya intuíamos antes de comenzar), logramos adaptarlo de manera que no pareciéramos costaleros en pleno sufrimiento de semana santa. Sí que hubiésemos preferido uno diseñado para la ocasión, pero dentro de lo que cabe no se nos deshizo por el camino,…bueno, no del todo. Tan sólo echamos de menos un poco más de altura (montaba ruedas de 16”) y que el cajón de carga fuera rígido (la carga se movía y empujaba la lona que terminaba pegándose a la rueda, cuestión que nos hacía parar a menudo para recolocar). Ya el segunda día de travesía nos habían quedado claras varias cosas, entre las que se encontraba la de tener que modificar la ruta inicial que habíamos concebido con la idea de tocar la menor cantidad de asfalto posible. Así fue que nos concentramos en trazar la ruta más corta para llegar al sur, realizando varios tramos por carreteras secundarias en combinación con pistas de todo tipo. Todo ello atendiendo a invertir la menor cantidad de tiempo en cruzar la isla con lo que ello conllevaba (menor castigo para el carro, menos tiempo consumiendo de agua, poder caminar con dignidad si acabábamos). Los días transcurrían emocionantes y disfrutábamos de cada momento, sobre todo de aquellos en los que no tocaba arrastrar….Poder disfrutar de los paisajes por los que pasábamos (la velocidad de avance, pese a que corríamos en todos los tramos en los que nos era posible, permitía fijarse mucho, pero mucho mucho…), de las charlas de todo y de nada, niki-ñiki, de los detalles, de algún imponente guirre (con actitud de buitre, ya que revoloteaba en círculos sobre nosotros como esperando algo), ñiki-ñiki, ardillas, cabras, conejos…..ñiki-ñiki + crack!......tanto placer debía tener un límite. Desde Tiscamanita estábamos escuchando un ñiki-ñiki que no éramos capaces de localizar con exactitud, pensábamos inicialmente que podría tratarse de un poco de holgura que tenían los mangos tras unos cuantos kilómetros, luego creímos que podía tratarse de uno de los tubos que protegían la rueda por el perímetro del carro, hasta que, en una parada para comer algo, nos dio por revisar más calmadamente el carro localizando el origen de la musiquita: se había roto por completo uno de los tubos del chasis. Valoramos la situación sabiendo que podía ser el final de nuestro viaje, pero si algo teníamos claro es que si había que “morir”, sería luchando (qué ganas tenía de escribir esto…), así que nos pusimos manos a la obra vaciando el carro para poder darle la vuelta y desplegamos todos nuestros conocimientos técnicos, y como no nos sirvieron de nada (ni los deportivos de Sergio, ni los matemáticos o los timplistas de José) recurrimos a las bridas, logrando, en un alarde de imaginación, una solución que nos permitiría seguir avanzando (con más pena que gloria) mientras nos manteníamos vigilantes a la evolución de la ñapa (todo ello contando con que no reventara el carro por otro lado; teníamos la sensación de estar haciendo la fudenas con una bici frejus de esas que se vendía en algún supermercado). Muy mal no debimos hacerlo ya que, sin tener que hacerle al carro nada más, salvo tratarlo con cuidado y cariño, logramos llegar esa noche, bajo una luna despistada y marea baja a las impresionantes playas de Jandía y, al dia siguiente al faro de su punta. Una última anécdota. Al paso por Morrojable, lugar de residencia habitual de José, estando callejeando para dirigirnos a la entrada de la pista de tierra que conducía a nuestra meta, nos salió al paso un tal “Sobras”, joven perro de la familia, que pese a los intentos para que volviera a casa (o el perro era sordo o pasaba de nosotros) decidió acompañarnos un ratito, comiéndose los 20 km de pista a la “solaja” más los que hizo extra persiguiendo a todas y cuantas cabras lograba localizar (en ese momento confirmamos que era sordera lo de “Sobras”, porque por más que le gritábamos para que dejara en paz a los animales y volviera, parecía no escucharnos….). Menos mal que el animalito sale a entrenar con el perro…quiero decir que José sale a entrenar con “Sobras”. Haber llegado a la Punta de Jandía no supuso, al menos para mí (y creo que tampoco para José) mayor placer que cada minuto invertido desde la salida. Llegar al faro, más allá de haber alcanzado ese “momento de gloria” no fue más que el momento de parar, descansar y volver a soñar….

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Chiquillos me ha encantado el relato...sigan persiguiendo sus sueños, la sal de la vida...besitos, Margara

Anónimo dijo...

A más de uno y de una le hubiese encantado ser "sobras", no por lo de la sordera, sino por acompañarles manque sea unos kilometritos.
Enhorabuena equipo!
Estre

Anónimo dijo...

Menuda diferencia entre leer una aventura de cualquier revista temática o artículo, y leerla habiéndola vivido.

Prácticamente la misma sensación podrían sentir los amigos y compañeros que, desde sus casas, nos acompañaban cada uno de los días del viaje, sufriendo cuando sufríamos tirando del carro o descansando cuando descansábamos ya bien comidos bajo el techo transpirado de la caseta.

Ahora, al leer el viaje resumido, me entra el gusanillo de la aventura, el que alguien dijera en algún comentario anterior tenemos todos dentro. Y es que una de las cosas positivas de este viaje no es hacerlo propiamente, sino poder compartirlo y despertar en otros, al igual que despertaron alguna vez en mi otras historias compartidas, ese gusanillo.

De ahí que estoy agradecido (no hablo por la boca de Sergio, pero creo de sobra que también lo está) al blog del club ARISTA por brindarnos la plataforma sobre la que dejamos constancia escrita y gráfica del viaje. Blog que, igualmente, deja constancia de otros muchos relatos sobre compañeros de batallas que es siempre grato de leer.

Sigan compartiendo los retos, caminos y metas que nos abren los ojos y esparraman la vista.

Un abrazo para todos!
Jose

Anónimo dijo...

Amigos, no tenemos la llave de la felicidad pero, a través de estas "cositas" y teniendo gente con quien compartirlas, nos acercamos mucho al sitio donde está.
Gracias a los aventureros, y esperemos que este blog no pare de compartir buenos momentos.
Fer